domingo, 6 de abril de 2008
La biblioteca de la memoria
Firmas Por José Luis García Martín.
Alguna vez he pensado en publicar una serie de antologías personales compuestas únicamente con los poemas que unos cuantos lectores habituales de poesía se saben de memoria.
La mía comenzaría con los romances viejos: el del prisionero, en primer lugar, luego el del conde Arnaldos, para terminar con el de la loba parda: «Estando yo en la mi choza, / pintando la mi cayada?». Del Siglo de Oro, un puñado de sonetos, algunos bien conocidos y otros tan raros como el de Luis Martín de la Plaza: «Nereidas que con manos de esmeraldas?». También «La vida retirada», de Fray Luis, la «Llama de amor viva», de San Juan, el madrigal de Gutiérrez Cetina, alguna cancioncilla renacentista: «Mas vale trocar / placer por dolores / que estar sin amores?». Y fragmentos teatrales, como el inevitable monólogo de La vida es sueño o el comienzo de El caballero de Olmedo.
Del XVIII, solo un puñado de fábulas: «Cerca de unos prados / que hay en mi lugar». Del XIX, la «Canción del pirata», «Oriental», de Zorrilla, y alguna humorada de Campoamor: «Todo en amor es triste, / mas triste y todo es lo mejor que existe».
Del modernismo, muchas cosas, casi todas de Rubén, como su soneto a Cervantes: «Horas de pesadumbre y de tristeza / paso en mi soledad?». Manuel Machado ocupa un buen lugar, pero no tanto como su hermano Antonio.
Muchos de los poemas que recuerdo son sonetos. Incluso me sé de memoria uno de Aleixandre, que tan pocos escribió: «Pensamiento apagado, alma sombría?».
No rimados, un poema de Li Po, traducido por Marcela de Juan, otro de Pessoa («Para ser grande, sé entero?») y unos cuantos haikus: «Los barcos en el agua / dejan solo una estela. / Nosotros ¿qué dejamos?».
Creo que de los poemas que leí de niño -entonces tenía tan poca poesía a mi alcance que cada poema era un tesoro-, no he olvidado ninguno, ni siquiera los versos de Pemán («Bendito seas, Señor, / por tu infinita bondad?») o los del folletinista Pérez Escrich que los acompañaban en la enciclopedia Álvarez: «¡Patria adorada! Yo no te olvido, / y hoy que el invierno mi frente inclina / recuerdo siempre donde he nacido / como recuerda la golondrina / su amargo nido».
Me gusta, en las noches de insomnio, o en la monotonía de un largo viaje, recorrer la biblioteca de la memoria, la única que nunca podremos perder sin perdernos también a nosotros mismos.
Firmas Por José Luis García Martín.
Alguna vez he pensado en publicar una serie de antologías personales compuestas únicamente con los poemas que unos cuantos lectores habituales de poesía se saben de memoria.
La mía comenzaría con los romances viejos: el del prisionero, en primer lugar, luego el del conde Arnaldos, para terminar con el de la loba parda: «Estando yo en la mi choza, / pintando la mi cayada?». Del Siglo de Oro, un puñado de sonetos, algunos bien conocidos y otros tan raros como el de Luis Martín de la Plaza: «Nereidas que con manos de esmeraldas?». También «La vida retirada», de Fray Luis, la «Llama de amor viva», de San Juan, el madrigal de Gutiérrez Cetina, alguna cancioncilla renacentista: «Mas vale trocar / placer por dolores / que estar sin amores?». Y fragmentos teatrales, como el inevitable monólogo de La vida es sueño o el comienzo de El caballero de Olmedo.
Del XVIII, solo un puñado de fábulas: «Cerca de unos prados / que hay en mi lugar». Del XIX, la «Canción del pirata», «Oriental», de Zorrilla, y alguna humorada de Campoamor: «Todo en amor es triste, / mas triste y todo es lo mejor que existe».
Del modernismo, muchas cosas, casi todas de Rubén, como su soneto a Cervantes: «Horas de pesadumbre y de tristeza / paso en mi soledad?». Manuel Machado ocupa un buen lugar, pero no tanto como su hermano Antonio.
Muchos de los poemas que recuerdo son sonetos. Incluso me sé de memoria uno de Aleixandre, que tan pocos escribió: «Pensamiento apagado, alma sombría?».
No rimados, un poema de Li Po, traducido por Marcela de Juan, otro de Pessoa («Para ser grande, sé entero?») y unos cuantos haikus: «Los barcos en el agua / dejan solo una estela. / Nosotros ¿qué dejamos?».
Creo que de los poemas que leí de niño -entonces tenía tan poca poesía a mi alcance que cada poema era un tesoro-, no he olvidado ninguno, ni siquiera los versos de Pemán («Bendito seas, Señor, / por tu infinita bondad?») o los del folletinista Pérez Escrich que los acompañaban en la enciclopedia Álvarez: «¡Patria adorada! Yo no te olvido, / y hoy que el invierno mi frente inclina / recuerdo siempre donde he nacido / como recuerda la golondrina / su amargo nido».
Me gusta, en las noches de insomnio, o en la monotonía de un largo viaje, recorrer la biblioteca de la memoria, la única que nunca podremos perder sin perdernos también a nosotros mismos.
Cambiar la vida
Félix Romeo.
CAMBIAR TU VIDA. Entre las cosas valiosas nada me hacía feliz, pero en un tablero un libro me llamaba a gritos: 1000 Books to Change Your Life (Time Out), una guía sobre libros que cambian la vida de los lectores. El libro había salido unos meses atrás, estaba impecable y las hojas crujían.
Organizada según el ciclo de la vida (nacimiento, infancia, adolescencia...), con un sesgo anglosajón pero sin desdeñar ninguna tradición, está llena de maravillas: me habría gustado que cayera en mis manos cuando era adolescente.
Jonathan Franzen dice que El proceso, de Kafka, le cambió la vida. Jonathan Coe, que Tom Jones, de Fielding...
Son libros que cambian vidas, pero prefiero cuando los escritores hablan de libros que no conozco: me espolean. Sarah Waters dice que le cambió la vida Wideacre, de Philippa Gregory. Nicholas Roy, Blind Needle, de Trevor Hoyle, sin traducción en España: «Raymond Chandler se encuentra con Alain Robbe-Grillet... en una atmósfera de claustrofóbica paranoia».
ENCUESTA. Disfruté con 1000 Books to Change Your Life y se me ocurrió hacer una encuesta entre escritores para saber qué libro les cambió la vida. Elegí amigos con libro recién salido o a punto de salir, y no les pedí razones.
A Ignacio Martínez de Pisón, que acaba de publicar nueva novela, Dientes de leche (Seix Barral), y de rescatar La guerra africana (RBA), le cambió la vida la trilogía de las guerras carlistas, de Valle-Inclán. A Juancho Armas Marcelo, calientes las reediciones de tres de sus novelas, entre ellas Así en La Habana como en el cielo (DeBolsillo), La Odisea, de Homero. A Enrique Vila-Matas, de actualidad con Exploradores del abismo (Anagrama) y con El viento ligero en Parma (Sexto Piso), Maupassant y el otro, de Alberto Savinio.
A Julián Rodríguez, que tiene a punto Cultivos (Mondadori), Si te dicen que caí y Últimas tardes con Teresa, de Marsé. A Lola López Mondéjar, que presenta El pensamiento mudo de los peces (Páginas de Espuma), Ada o el ardor, de Nabokov. A Ángel Petisme, con nuevo libro de poemas, Demolición del Arco Iris (Baile del Sol), las Poesías completas de Antonio Machado. A Carlos Castán, con libro de cuentos recién publicado, Sólo de lo perdido (Destino), le cambiaron la vida Rayuela, de Cortázar, Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa, y Sobre héroes y tumbas, de Sábato.
A Dante Liano, que en breve saca Pequeña historia de viajes, amores e italianos (Roca), le cambió la vida El mundo como voluntad y como representación, de Schopenhauer. A Abel Murcia, recuperado como poeta en Kilómetro 43 (Bartleby), Diálogos con Leucó, de Pavese. A Rodrigo Fresán, que rescata Vidas de santos (DeBolsillo), Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut. A Javier Tomeo, que sigue promocionando Los amantes de silicona (Anagrama), Pan, de Knut Hamsun.
A David Trueba, recientísima su novela Saber perder (Anagrama), A este lado del Paraíso, de Scott Fitzgerald. Como iba a presentar Caos calmo (Anagrama), le pedí a David que preguntara a Sandro Veronesi qué libro le cambió la vida. Respondió en sms: Conversación en La Catedral.
José Luis García Martín, con su Gabinete de lectura (La Veleta) aparecido hace nada, también mandó un sms: «La cartilla en la que aprendí a leer».
MI VIDA. Iluminaciones, de Rimbaud, me cambió la vida. Otras iluminaciones me la siguen cambiando.
Mi vida cambia en cada captulo que escribo, en cada hoja que leo, en cada libro que ojeo.
Creo que a mi no me ha cambiado la vida ningún libro, pero muchos me la han dado.
DOS COSAS HACEN AL HOMBRE:
LIBROS,
TIEMPO
Y CAMINO...
Félix Romeo.
CAMBIAR TU VIDA. Entre las cosas valiosas nada me hacía feliz, pero en un tablero un libro me llamaba a gritos: 1000 Books to Change Your Life (Time Out), una guía sobre libros que cambian la vida de los lectores. El libro había salido unos meses atrás, estaba impecable y las hojas crujían.
Organizada según el ciclo de la vida (nacimiento, infancia, adolescencia...), con un sesgo anglosajón pero sin desdeñar ninguna tradición, está llena de maravillas: me habría gustado que cayera en mis manos cuando era adolescente.
Jonathan Franzen dice que El proceso, de Kafka, le cambió la vida. Jonathan Coe, que Tom Jones, de Fielding...
Son libros que cambian vidas, pero prefiero cuando los escritores hablan de libros que no conozco: me espolean. Sarah Waters dice que le cambió la vida Wideacre, de Philippa Gregory. Nicholas Roy, Blind Needle, de Trevor Hoyle, sin traducción en España: «Raymond Chandler se encuentra con Alain Robbe-Grillet... en una atmósfera de claustrofóbica paranoia».
ENCUESTA. Disfruté con 1000 Books to Change Your Life y se me ocurrió hacer una encuesta entre escritores para saber qué libro les cambió la vida. Elegí amigos con libro recién salido o a punto de salir, y no les pedí razones.
A Ignacio Martínez de Pisón, que acaba de publicar nueva novela, Dientes de leche (Seix Barral), y de rescatar La guerra africana (RBA), le cambió la vida la trilogía de las guerras carlistas, de Valle-Inclán. A Juancho Armas Marcelo, calientes las reediciones de tres de sus novelas, entre ellas Así en La Habana como en el cielo (DeBolsillo), La Odisea, de Homero. A Enrique Vila-Matas, de actualidad con Exploradores del abismo (Anagrama) y con El viento ligero en Parma (Sexto Piso), Maupassant y el otro, de Alberto Savinio.
A Julián Rodríguez, que tiene a punto Cultivos (Mondadori), Si te dicen que caí y Últimas tardes con Teresa, de Marsé. A Lola López Mondéjar, que presenta El pensamiento mudo de los peces (Páginas de Espuma), Ada o el ardor, de Nabokov. A Ángel Petisme, con nuevo libro de poemas, Demolición del Arco Iris (Baile del Sol), las Poesías completas de Antonio Machado. A Carlos Castán, con libro de cuentos recién publicado, Sólo de lo perdido (Destino), le cambiaron la vida Rayuela, de Cortázar, Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa, y Sobre héroes y tumbas, de Sábato.
A Dante Liano, que en breve saca Pequeña historia de viajes, amores e italianos (Roca), le cambió la vida El mundo como voluntad y como representación, de Schopenhauer. A Abel Murcia, recuperado como poeta en Kilómetro 43 (Bartleby), Diálogos con Leucó, de Pavese. A Rodrigo Fresán, que rescata Vidas de santos (DeBolsillo), Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut. A Javier Tomeo, que sigue promocionando Los amantes de silicona (Anagrama), Pan, de Knut Hamsun.
A David Trueba, recientísima su novela Saber perder (Anagrama), A este lado del Paraíso, de Scott Fitzgerald. Como iba a presentar Caos calmo (Anagrama), le pedí a David que preguntara a Sandro Veronesi qué libro le cambió la vida. Respondió en sms: Conversación en La Catedral.
José Luis García Martín, con su Gabinete de lectura (La Veleta) aparecido hace nada, también mandó un sms: «La cartilla en la que aprendí a leer».
MI VIDA. Iluminaciones, de Rimbaud, me cambió la vida. Otras iluminaciones me la siguen cambiando.
Mi vida cambia en cada captulo que escribo, en cada hoja que leo, en cada libro que ojeo.
Creo que a mi no me ha cambiado la vida ningún libro, pero muchos me la han dado.
DOS COSAS HACEN AL HOMBRE:
LIBROS,
TIEMPO
Y CAMINO...
domingo, 30 de marzo de 2008
¿ QUE TIENEN EN COMUN UNA LETRA Y EL UNIVERSO?
Juan Tello del Rosal
Una letra forma una palabra
Una palabra forma una frase
Una frase forma un parrafo
Un parrafo forma un capitulo
Un capitulo forma un libro
Un libro forma una estanteria
Una estanteria forma una bibliot
La biblioteca está en una ciudad
Una ciudad forma un país
Un país forma un continente
Un continente forma un planeta
Un planeta forma un sistema
Un sistema forma una galaxia
Una galaxia forma un universo
UNA LETRA ES UN UNIVERSO
UNA LETRA ES UN UNIVERSO
Juan Tello del Rosal
Una letra forma una palabra
Una palabra forma una frase
Una frase forma un parrafo
Un parrafo forma un capitulo
Un capitulo forma un libro
Un libro forma una estanteria
Una estanteria forma una bibliot
La biblioteca está en una ciudad
Una ciudad forma un país
Un país forma un continente
Un continente forma un planeta
Un planeta forma un sistema
Un sistema forma una galaxia
Una galaxia forma un universo
UNA LETRA ES UN UNIVERSO
UNA LETRA ES UN UNIVERSO
ENTREVISTA: ENTREVISTA UMBERTO ECO
“El que se sienta totalmente feliz es un cretino”
JUAN CRUZ 30/03/2008
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Es un jubilado que no ejerce como tal. Sigue enseñando, y publica en España su última obra, ‘Decir casi lo mismo’. Visitamos al profesor a pocas semanas de las elecciones en Italia.
Umberto Eco es un hombre casi feliz. Un profesor que disfruta de sus alumnos y que ahora, jubilado a los 76 años de sus múltiples ocupaciones académicas, sigue trabajando “aún más que antes”, impartiendo clases doctorales, escribiendo libros (“¡ni media palabra sobre el que hago ahora!”, exclama, poniéndose el dedo sobre los labios), asistiendo a congresos (cuando le vimos, estaba a punto, de ir a uno en el que tenía que hablar de las matemáticas locas, y ahora vendrá a Granada, a principios de abril, al Mapfre Hay Festival), leyendo tebeos (“ahora son demasiado intelectuales”) y riendo como un chiquillo. Serio cuando habla de Italia, cuyas elecciones se le vienen encima con la amenaza cierta de que las gane Berlusconi, y optimista cuando habla de España. “¡Ustedes tienen la suerte de Zapatero!”. Cuando Jordi Socías le pidió que posara con un borsalino, el tipo de sombrero que ha hecho mundialmente conocido a su pueblo, Alessandria, se divirtió como si volviera al patio de su familia, en ese lugar que cada vez está más cerca de su memoria, como si la edad le hiciera recuperar los sabores perdidos de la adolescencia.
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Vive en una casa espléndida, llena de libros y de ejemplares antiguos, muchos de los cuales consigue en una librería que está cerca de aquí, en la calle de Rovelo; cada tarde, cuando está en Milán y no viaja, este hombre que ya se queja de que le quitan la sal de las comidas y ahuyenta los dulces como una tentación maldita, acude a esa librería de libros viejos, repasa catálogos y procedencias, y luego se va a tomar el aperitivo a un café donde Eco es il professore. Cerca de la librería, por cierto, está Antonio, su peluquero, que ha colocado en la puerta de cristales un retrato de Eco con su borsalino; dentro está retratado mientras Antonio le hace la barba. La barba, por cierto, ya tiene las canas de un hombre que se dice a sí mismo viejo, pero que mantiene la marcha que le ha hecho legendario entre los académicos del mundo, por su actividad y por la variedad de sus gustos.
Sigue siendo ese hombre feliz (“casi feliz, ¡quien diga que es totalmente feliz es un cretino!”) que canta, recita, se sabe de memoria citas enteras, se interesó antes que nadie por las nuevas tecnologías, las usó para sus trabajos (el último, Decir casi lo mismo, publicado por Lumen, aparece ahora, traducido por Helena Lozano) y las usa constantemente, aunque tiene el telefonino (sobre cuyo uso tanto ha escrito) casi siempre apagado, pero usa el mail obsesivamente, como si fuera una prolongación natural de las conversaciones. Charlando sigue siendo aquel hombre tímido que teme meter la pata –“si hablo demasiado, es para rellenar los tiempos muertos”–, pero cuando agarra un asunto que le divierte, su carcajada llena el escenario, se convulsiona, es feliz, casi. En su libro Decir casi lo mismo, que es sobre la traducción, cuenta un chiste que sólo pueden entender los que hablan español y los que hablan italiano; es el de un empresario extrañado de que uno de sus operarios se vaya cada día a la una en punto de la tarde para regresar, siempre, a las tres en punto, dos horas más tarde. El empresario dispone que otro de sus empleados le vigile y le informe. “Este hombre se va cada día a la una, se compra una botella de champán, se va a su casa y se entretiene con su mujer”. “Pero”, exclama el empresario, “¿y no podría entretenerse por la noche, como todo el mundo?”. Después de muchas idas y venidas, el investigador le explica a su jefe: “Quizá usted lo entienda si me deja tratarle de tú”.
Ha escrito El nombre de la rosa, que fue un éxito mundial absoluto; El péndulo de Foucault; abrió las puertas de la fama como ensayista con Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, pero sigue confiando en que la comunicación, de la que es un maestro, sólo se digiere si el que la emite es ameno, capaz de ponerse a la altura del que le oye. Por eso, tanto en la conversación como en los libros siempre pespuntea con chistes así sus reflexiones o sus apólogos. Cuando fuimos a comer, a un restaurante donde le tratan como si fuera el dueño de Milán, o del Milan, seguimos la conversación que habíamos tenido en su casa, y le sacamos el asunto de la juventud, qué le pasa a la juventud. Y él nos explicó: “La juventud es como ese anciano que va al urólogo porque se orina encima y el urólogo le receta una especie de tranquilizante. Al cabo de un mes vuelve el viejo a la consulta y le explica al médico que está curado. ‘¿Curado?’, pregunta el médico, ‘o sea, que ya no se orina encima’. ‘Sí, me sigo orinando encima, pero ahora me da completamente igual’. Y así es la juventud, lo está pasando igual de mal que siempre, no sabe adónde ir, pero ahora le da completamente igual”.
Hablamos de España, de sus amigos españoles (Beatriz de Moura, Esther Tusquets, su primera editora; Jorge Semprún, “lo quieren hacer doctor honoris causa en la Complutense, qué alegría”), del premio Príncipe de Asturias que recibió en 2000 y de la comida. Le pusieron una lubina, sin sal “no sabe a nada”, y los ojos se le iban hacia la focaccia, un manjar que terminó apartando. Sigue estudiando; cuando le dejamos se iba a su casa, acaso a ocuparse de Carlomagno (“Di Carlomagno, así creerán que escribo sobre él en mi próximo libro, y empezará el boca a boca”). Divertido siempre, y siempre casi feliz. En la casa, al volver, le esperaba su mujer, Renate, y las camelias que ésta cultiva con el mismo entusiasmo con que su marido explora los libros viejos de la calle de Rovelo, y con el esmero con el que Antonio impide que la barba de Eco deje de ser la que ya se asocia a la cara del professore.
Hay una escena en su vida, cuando toca la trompeta para los partisanos, tiene trece años, está en la plaza de Alessandria. Esa escena transmite felicidad, y usted siempre parece tan feliz. Ahí hay dos cosas: aquel niño y la felicidad. Son diferentes, no pueden coincidir. Yo no creo en la felicidad, si le digo la verdad. Creo solamente en la inquietud; o sea, nunca estoy feliz del todo, siempre necesito hacer otra cosa. Pero admito que en la vida hay felicidades que duran diez segundos, o incluso media hora, como cuando nació mi primer hijo; en ese instante estaba feliz. Pero son momentos brevísimos. Alguien que es feliz toda la vida es un cretino. Por eso prefiero, antes que ser feliz, ser inquieto.
Y ha mencionado al niño; ese niño es el que sale en El péndulo de Foucault, y aquél fue un momento feliz, por supuesto, pero no estoy seguro de haberlo sido de verdad en aquel momento o en el momento en que lo estaba contando. Hay momentos de felicidad cuando logras expresar algo de lo que te sientes contento, y además porque mientras contaba sobre aquel niño estaba feliz porque –sé muy bien que es una afirmación muy reaccionaria– creo que la vida sirve sólo para recordar la propia infancia.
Ahí está la literatura. Eso dicen. Cada momento en que consigo recordar bien un instante de mi infancia es un momento de felicidad, pero esto no quiere decir que los de mi infancia hayan sido momentos de felicidad. Yo creo que la infancia y la adolescencia son periodos muy tristes. Los niños son seres muy infelices. Quizá yo, mientras tocaba la trompeta, con miedo a que esa fuera la última vez que tocaba aquel instrumento, era un niño infeliz. Me siento feliz ahora recordándolo, y quizá sea éste el motivo por el cual escribo, para encontrar estos momentos muy breves de felicidad que consisten en recordar momentos de la propia infancia. Sí, por eso escribo.
Y para eso se envejece. Algo muy hermoso que ocurre al envejecer es que se recuerdan un montón de cosas de la infancia que estaban olvidadas. El otro día me ha venido a la mente el nombre de mi dentista, de cuando tenía ocho o nueve años. No sólo me acuerdo del dentista, sino también del técnico que le ayudaba, el doctor Correggia y el señor Romagnoli. No sé, pero estaba contentísimo de volver a pensar en mi dentista, al que había olvidado totalmente. Por tanto, yo voy al encuentro con el progreso de mi vejez con mucho optimismo, porque cuanto más envejezco, más recuerdos tengo de mi infancia.
Claro, y cada día más cerca de Alessandria, de aquella familia suya… Mi padre era el primero de 13 hermanos. Era una familia enorme; hubo un primo que murió a los 20 años y que yo no conocí… Haga el cálculo: si cada hermano tuvo dos hijos, eran 26 primos, de modo que era difícil tener relación con todos. Mi relación más estrecha fue con mi abuela materna, que fue la que me inició en la literatura. Era una mujer sin cultura alguna, creo que hizo cinco años de primaria, pero tenía pasión por la lectura. Estaba suscrita a una biblioteca, así que traía a casa un montón de libros; leía de manera desordenada. Un día podía leer a Balzac, y luego, una novelita de amor de cuatro perras, y le gustaban las dos. Y así hizo conmigo: me daba a leer, a los 12 años, una novela de Balzac y una novela de amor de ínfima calidad. Pero me transmitió el gusto por la lectura.
Y, aparte de la abuela, ¿quiénes fueron los otros maestros? El maestro de la escuela primaria aparece en mi novela La misteriosa llama de la reina Loana; era un fascista, que hizo la marcha sobre Roma, que pegaba a sus alumnos, no a mí, sino a los más pobres. Y aunque conmigo se portó siempre bien, no era una buena persona. En cambio, tuve una educadora fabulosa, aunque tan sólo durante un año; era la señorita Bellini, que todavía vive, tiene 91 años, y cada vez que sale un libro mío nuevo se lo envío. Era una gran educadora; nos estimulaba a escribir, a contar, a ser espontáneos, y ha sido una de las personas que más han influido en mi vida.
Pocas veces se habla de usted como profesor. ¿Qué aprendió para enseñar? Ante todo, sigo aprendiendo. El primer curso que di como profesor versó acerca de la poética de Joyce, que aparece en Obra abierta. Conocía el argumento, pero al empezar a dar clase me di cuenta de que no sabía nada sobre el tema. Aprendí, y sigo aprendiendo… Cuando escribes un libro puedes aparentar que sabes mucho, pero en clase es distinto. Lo que hice desde aquella primera experiencia es hablar a partir de los libros que iba a escribir, no de los libros que había escrito. Quiero decir que mi relación con los estudiantes siempre ha sido una relación de aprendizaje, porque enseñándoles aprendo yo también.
Una relación de ida y vuelta. Una relación erótica, porque la de un profesor con un estudiante es como la relación de un actor con su público: cuando sales a escena es como si salieras por primera vez, y tienes la sensación de que si no has conquistado al público en los primeros cinco minutos, lo has perdido. Eso es lo que yo llamo una relación erótica, en el sentido platónico del término. Además, hay una relación caníbal: tú comes sus carnes jóvenes y ellos comen tu experiencia. Hay gente infeliz que pasa los primeros años de su vida con gente más joven que ellos para poderlos dominar, y cuando envejecen están con gente más anciana que ellos. A mí me ha pasado lo contrario: cuando yo era joven estaba con gente mayor que yo para aprender, y ahora, teniendo estudiantes, estoy con jóvenes, que es una manera de mantenerse joven. Es una relación de canibalismo, nos comemos el uno al otro. Por eso no he dejado, a pesar de mi jubilación, de tener una relación universitaria.
¿Y usted a quién mordió? A la persona que dirigió mi tesis, Luigi Paris; a Norberto Bobbio… Tengo un buen recuerdo de mis maestros. Mi profesor de filosofía en el instituto era uno de estos profesores que podían interrumpir la clase para hacerte escuchar a Wagner, o si le preguntabas por Freud, dejaba de hablar de Platón y te hablaba de Freud. Era en verdad un gran maestro. Todo eso está en mis novelas, donde siempre hay una relación entre un joven y un maestro más anciano.
Tantos estudiantes… A lo mejor recordándolos halle usted una historia de la evolución de la juventud en este último medio siglo… No se puede dar una respuesta porque a lo largo de los años el diálogo con tus estudiantes cambia. La relación ideal entre maestro y alumnos es de 15 años de diferencia. Tú tienes 30 años, y el alumno, 20. Fue precisamente en ese periodo cuando he tenido una relación más intensa con mis alumnos. Porque si los estudiantes tienen menos años no hay relación, y si la diferencia es más grande ya no podemos ser amigos. Con los estudiantes de los años sesenta salíamos a cenar, a bailar; con los de ahora no se puede, les da vergüenza ir contigo. En el 68 fue interesante, ahí coincidías con estudiantes que tenían 15 años menos que tú; no podía ser como ellos, pero no me veían como su enemigo, por eso había una relación a veces polémica, a veces amistosa y continua.
Ahora vivimos un momento raro, usted dice que como el del final del Imperio Romano… En concreto, en Italia creen que en España estamos en el mejor de los mundos, y en España se habla de crisis… Estáis en un momento muy interesante en España, mejor que en Italia.
¿Y cómo está Italia? En uno de los peores momentos de su historia, con una clase política vieja que no se renueva. Hubo un extraño equilibrio que duró 50 años entre la Democracia Cristiana y los partidos de izquierda. Ahora se ha roto. El 50% de los italianos vota a Berlusconi, que es un índice de una profunda inmadurez política. Es un momento extremadamente triste, en el que los elementos de esperanza y de entusiasmo son muy pocos y donde emerge cada vez más la condena eterna de los italianos.
¿Cuál es esa condena? Una vez me encontraba en un taxi en Nueva York, y el conductor, que era paquistaní o indio, me preguntó de dónde era. Contesté que de Italia, y él quiso saber dónde se encontraba ese país. Me di cuenta de que tenía ideas muy vagas, como si le estuviera hablando de Surinam a un italiano, y él siguió preguntándome: “¿Qué idioma habláis?”. “El italiano”, dije, y él me preguntó: “¿Y cuál es vuestro enemigo?”. Le pregunté qué quería decir, y me contestó que cada país tiene un enemigo contra el que lucha desde hace siglos. Le contesté que no tenemos. Y me miró muy mal, porque un pueblo sin enemigo era poco viril. Pero luego reflexioné: nuestro enemigo es interno. A lo largo de toda nuestra historia nos hemos masacrado unos a otros, y ésa es también nuestra manera de entender la política. Nuestra fragmentación es en doscientos mil partidos diferentes, el Gobierno de Prodi cae por sus propios aliados, no por la oposición. Nunca como hoy ha caído tanto Italia en su enemistad interna.
¿Y de dónde viene esto? Italia se ha convertido en un Estado unitario hace 150 años, antes no lo era, y España lo fue por lo menos desde 1300, ¡desde el Cid Campeador!, y han sido unitarios Francia, Inglaterra. Italia era una pluralidad de tribus que hablaban un idioma diferente antes de que llegasen los romanos. Vosotros tenéis a los vascos y a los catalanes, y a los gallegos… pero nosotros éramos cuatrocientos, cada cinco kilómetros había una diferencia como la que existe entre Cataluña y Galicia. El Imperio Romano unificó, pero no lo suficiente. Además, si no hubiera existido la Iglesia, quizá las ciudades italianas habrían encontrado una forma de Estado unitario por la que regirse. El único Estado que ha quedado es la Iglesia, y lo demás es una fragmentación de ciudades que ha hecho que en Italia no exista el sentido del Estado. Por ello existe la corrupción, porque la gente no paga impuestos, porque no existe el sentido del Estado.
¿Y por qué gana Berlusconi? ¡Porque dice que no hay que pagar impuestos! Él fomenta la falta de sentido del Estado porque no lo tiene.
Usted habló de un taxista. Yo le nombro otro, el que me trajo del aeropuerto. Dijo: “¿Cómo se puede elegir de presidente a un hombre con tantos juicios pendientes?”. Da por efecto lo que es la causa. Berlusconi ha conseguido instaurar un tipo de poder fundado en la desconfianza en la magistratura y la justicia, por lo que puede gobernar, a pesar de tener juicios pendientes. Berlusconi no es el efecto en este caso, sino la causa. Ha hecho unas leyes precisamente para permitir a los que están enjuiciados llegar al Parlamento, y ataca continuamente a la magistratura. Berlusconi pudo llegar al Gobierno atacando a las fuerzas del orden, estimulando los instintos más bajos del italiano medio. Y ahora está cerca de tener el poder otra vez.
¿No hay solución para esta maldición italiana? ¡Que España haga una guerra de conquista! ¡Ja ja ja!
¿Ve a España como ejemplo? En este momento, España se encuentra en una situación económica de crecimiento, Zapatero es simpático, y, por tanto, me alegro de que haya ganado las elecciones. Está sin duda en una fase más dinámica con respecto a Italia. En los tiempos de Franco, ustedes venían aquí a contemplar el milagro económico de Italia, y ahora nosotros miramos a España con mucha admiración.
Así que el futuro italiano… Depende de que mueran unas decenas de personas que ya son muy mayores; es un hecho biológico. Y luego tendría que venir una nueva clase política. Somos el país con la clase política más anciana del mundo.
¿Y Veltroni? Sí, Veltroni es un joven. Tiene cincuenta años, pero los demás son muy viejos. Berlusconi tiene más de setenta años. En Italia, aunque alguien pierda las elecciones, vuelve a presentarse, es como si Al Gore volviera a ser candidato en Estados Unidos, o como si en Francia volviera a presentarse Jospin. En Italia, sin embargo, vuelve siempre el de antes. Éste es el síntoma de una clase política que no quiere renunciar al poder.
A lo mejor eso contribuye a que la gente dispare siempre contra la política, los jóvenes lo consideran algo ajeno. Los jóvenes de todas las épocas y países son los que se excitan con las grandes ideas de transformación; son revolucionarios, pero se quedan dentro del famoso esquema, “todos nacemos incendiarios y morimos bomberos”. Ahora, con la globalización y el fin de las ideologías, ya no se presentan tantas posibilidades de transformación, porque la transformación es planetaria, y hay que esperar las grandes tragedias ecológicas, la muerte de la Tierra. El gran error de las Brigadas Rojas en Italia fue tener una idea justa, aunque muchos pensaban que era delirante, que era atacar a las multinacionales del mundo, y otra idea equivocada, que había que hacer terrorismo para crear una revolución en Italia. Si existe el gobierno de las multinacionales, no lo arreglas haciendo la revolución en Italia. El proyecto terrorista estaba condenado al fracaso; ya entonces existía la globalización, aunque no tan intensa. Ya no hay posibilidad de transformación planificable, a no ser que ocurra como cuando la caída del Imperio Romano, con el nacimiento de las órdenes monásticas: te encerraban en el monte, en un convento, e intentabas salvar lo poco de la espiritualidad y el conocimiento mientras el mundo se desmoronaba. Hoy puede haber jóvenes que van al desierto a poner en práctica una vida ecológica. Eso es lo máximo que se puede hacer: no cambiar el mundo, sino retirarse del mundo; por eso existe el desinterés por la política.
En Italia acabó el terrorismo, y en Alemania, y en Irlanda. En España permanece. Y han surgido otros. ¿Cuál es su opinión sobre los terrorismos que han emergido en los noventa? El deseo de revolución, entre comillas, permanece siempre. Incluso allí donde no puedes hacerla, lo intentas… En países donde existen grupos étnicos hay el territorio suficiente para que se produzcan insurrecciones. En Italia, esos enfrentamientos se convierten en riñas futbolísticas. Y en otros territorios funciona la violencia, el fanatismo, la superstición; llevado eso al terreno de la política, pues ya se ve cómo acaba…
Estamos hablando el 11 de marzo de 2008, cuatro años después del atentado más grave de la historia de Europa, y fue en España. Al Qaeda fue la responsable. ¿Este terrorismo es la celebración del mal? Hay que diferenciar los terrorismos. El hecho de que utilicen métodos parecidos no los hace iguales. Los terrorismos internos no utilizan formas suicidas. Lo de Al Qaeda es un fenómeno bélico; es un grupo fundamentalista que se siente en guerra contra el mundo occidental y que, no pudiendo usar los instrumentos de la guerra tradicional –no habría ejércitos suficientes–, usa el terrorismo suicida. Esto no quiere decir que haya un enfrentamiento entre el mundo occidental y el mundo islámico, pero sin duda hay una parte del mundo islámico que se siente en situación de inferioridad y está en guerra.
El 11-S cambió el estado de ánimo del mundo, ahora somos menos felices… El 11-S ha creado un estado de miedo, pero tanto en España como en Italia ha habido atentados, han entrado y salido asesinos, hemos tenido guerras civiles, y sin embargo, Estados Unidos era la primera vez que sentía en sus carnes un ataque así. Los americanos no lo han digerido, y por esto han tenido reacciones irracionales, como la guerra en Irak, que ha creado más terrorismo que el que había. Es precisamente la reacción de alguien que no estaba acostumbrado a la guerra en el propio territorio.
¿Hay alguna salida a este malestar universal? Por el momento no. ¡Y si tuviera la receta, la vendería al presidente de Estados Unidos por unos miles de millones de dólares!
Por cierto, ¿quién será? Y yo qué se, los escritores no somos Nostradamus.
Lo que sí es cierto es que hace años usted dijo que iríamos rapidísimo, y ahora vamos a velocidades supersónicas… Y todo lo que ahora existe será obsoleto dentro de nada, hasta el mail será obsoleto porque todo se hará con el móvil. A lo mejor las nuevas generaciones se acostumbrarán a eso, pero hay una velocidad del proceso de tal calibre, que quizá la psicología humana no conseguirá adaptarse. Estamos a tal velocidad, que no hay ninguna bibliografía científica americana que cite libros de más de cinco años. El que está escrito antes ya no cuenta y ésta es una pérdida también de relación con el pasado.
La fe ciega en Internet crea monstruos, por otra parte. Sí, parece que todo es cierto, que tienes toda la información, pero no sabes cuál es buena y cuál equivocada. Esta velocidad provocará la pérdida de memoria. Y esto ocurre en las jóvenes generaciones, que ya no recuerdan ni quién era Franco ni quién era Mussolini, ¡o incluso Felipe González! La abundancia de información sobre el presente no te permite reflexionar sobre el pasado. Cuando yo era chico podían llegar a la librería tres libros por mes, hoy llegan mil. Y ya no sabes qué libro importante fue publicado hace seis meses. Eso también es una pérdida de la memoria. La abundancia de información sobre el presente es una pérdida y no una ganancia.
La memoria es el olvido, que diría Mario Benedetti. Es la historia de Funes, el memorioso, de Borges. El que tiene toda la memoria es un estúpido.
Tanta información hace que los periódicos parezcan irrelevantes. Ése es uno de nuestros problemas contemporáneos. La abundancia de información irrelevante y la dificultad de seleccionarla, y la pérdida de memoria del pasado, no digo ya la histórica. La memoria es nuestra identidad, nuestra alma. Si tú pierdes hoy la memoria, ya no hay alma, eres una bestia. Si sufres un golpe en la cabeza y pierdes la memoria, te conviertes en un vegetal. Si la memoria es el alma, disminuir mucho la memoria es disminuir mucho el alma.
¿Cuál sería hoy el papel de la información? Yo creo que perdemos mucho tiempo en plantearnos estas cuestiones mientras las generaciones más jóvenes sencillamente han dejado de leer los periódicos y se comunican a través de SMS. Yo no puedo desprenderme de los periódicos; para mí, la lectura de prensa es la oración de la mañana del hombre moderno; no puedo tomar café por la mañana si no tengo por lo menos dos periódicos para leer. Pero a lo mejor somos los restos de una civilización, porque los periódicos tienen muchas páginas, no mucha información. Sobre el mismo tema hay cuatro artículos que a lo mejor dicen lo mismo… Existe la abundancia de información, pero también la abundancia de la misma información. No sé si se acuerda de mi teoría del Fiji Journal. Yo estaba en las islas Fidji buscando información sobre los corales para mi libro La isla del día antes, y a mi hotel llegaba cada mañana el Fiji Journal, que tenía ocho páginas, seis de publicidad, una de noticias locales y otra de noticias internacionales. Aquel mes que estuve allí estaba a punto de estallar la primera guerra del Golfo, y en Italia había caído el primer Gobierno de Berlusconi. Me enteré de todo porque en una sola página de noticias internacionales, en tres o cuatro líneas, me daban las noticias más importantes.
Como Internet. Acudimos a Internet para conocer las noticias más importantes. La información de los periódicos será cada vez más irrelevante, más diversión que información. Ya no te dicen qué decidió el Gobierno francés, sino que te dan cuatro páginas de cotilleo sobre Carla Bruni y Sarkozy. Los periódicos se parecen cada vez más a las revistas que te daban en la peluquería o en la sala de espera del dentista.
Volvamos al principio, profesor. ¿Qué le hace a usted feliz? No sé, ya dije que no creo en eso, pero, en fin, me hace feliz encontrar un libro que buscaba hace mucho tiempo. Cuando lo compro y lo tengo, lo miro, soy feliz, pero allí se acaba la sensación. Mientras que la infelicidad es lo que me produce no tener este o aquel libro. La verdadera felicidad es la inquietud. Ir de caza, no matar al pájaro.
Es raro: un español y un italiano, y en hora y media de conversación, la palabra ‘Iglesia’ ha salido sólo tres veces. Se está produciendo un retroceso al siglo XIX, cuando había un enfrentamiento entre el Estado liberal y la Iglesia. ¿De quién es la responsabilidad? No es una casualidad que este enfrentamiento se haya hecho más duro con la llegada de Ratzinger; por tanto, a lo mejor se debe a la política clerical del nuevo pontífice. Su lucha contra la cultura moderna, el llamado relativismo, ha vuelto a los grandes temas de la Iglesia del siglo XIX, que hablaba contra la revolución y contra la ciencia moderna. Emergen ahora muchas posiciones anticlericales y mucha gente se declara atea. Ya nadie pensaba en eso. Ha subido al trono un Papa que piensa como un Papa del siglo XIX.
Usted ha escrito que Napoleón sólo vivió la Revolución Francesa… y yo he vivido la II Guerra Mundial, la caída del fascismo, la guerra partisana, la bomba de Hiroshima, la caída de la URSS, y la Guerra Civil española. Hay una maldición china que dice: “Espero que vivas en una época interesante”. Hay jóvenes generaciones que han vivido sólo épocas tranquilas, como la de la guerra fría. Ah, por cierto, eso que dije de Napoleón está equivocado, porque no sólo vivió la Revolución Francesa, sino también la historia de Napoleón. ¡Ja ja ja!
“El que se sienta totalmente feliz es un cretino”
JUAN CRUZ 30/03/2008
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Es un jubilado que no ejerce como tal. Sigue enseñando, y publica en España su última obra, ‘Decir casi lo mismo’. Visitamos al profesor a pocas semanas de las elecciones en Italia.
Umberto Eco es un hombre casi feliz. Un profesor que disfruta de sus alumnos y que ahora, jubilado a los 76 años de sus múltiples ocupaciones académicas, sigue trabajando “aún más que antes”, impartiendo clases doctorales, escribiendo libros (“¡ni media palabra sobre el que hago ahora!”, exclama, poniéndose el dedo sobre los labios), asistiendo a congresos (cuando le vimos, estaba a punto, de ir a uno en el que tenía que hablar de las matemáticas locas, y ahora vendrá a Granada, a principios de abril, al Mapfre Hay Festival), leyendo tebeos (“ahora son demasiado intelectuales”) y riendo como un chiquillo. Serio cuando habla de Italia, cuyas elecciones se le vienen encima con la amenaza cierta de que las gane Berlusconi, y optimista cuando habla de España. “¡Ustedes tienen la suerte de Zapatero!”. Cuando Jordi Socías le pidió que posara con un borsalino, el tipo de sombrero que ha hecho mundialmente conocido a su pueblo, Alessandria, se divirtió como si volviera al patio de su familia, en ese lugar que cada vez está más cerca de su memoria, como si la edad le hiciera recuperar los sabores perdidos de la adolescencia.
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Vive en una casa espléndida, llena de libros y de ejemplares antiguos, muchos de los cuales consigue en una librería que está cerca de aquí, en la calle de Rovelo; cada tarde, cuando está en Milán y no viaja, este hombre que ya se queja de que le quitan la sal de las comidas y ahuyenta los dulces como una tentación maldita, acude a esa librería de libros viejos, repasa catálogos y procedencias, y luego se va a tomar el aperitivo a un café donde Eco es il professore. Cerca de la librería, por cierto, está Antonio, su peluquero, que ha colocado en la puerta de cristales un retrato de Eco con su borsalino; dentro está retratado mientras Antonio le hace la barba. La barba, por cierto, ya tiene las canas de un hombre que se dice a sí mismo viejo, pero que mantiene la marcha que le ha hecho legendario entre los académicos del mundo, por su actividad y por la variedad de sus gustos.
Sigue siendo ese hombre feliz (“casi feliz, ¡quien diga que es totalmente feliz es un cretino!”) que canta, recita, se sabe de memoria citas enteras, se interesó antes que nadie por las nuevas tecnologías, las usó para sus trabajos (el último, Decir casi lo mismo, publicado por Lumen, aparece ahora, traducido por Helena Lozano) y las usa constantemente, aunque tiene el telefonino (sobre cuyo uso tanto ha escrito) casi siempre apagado, pero usa el mail obsesivamente, como si fuera una prolongación natural de las conversaciones. Charlando sigue siendo aquel hombre tímido que teme meter la pata –“si hablo demasiado, es para rellenar los tiempos muertos”–, pero cuando agarra un asunto que le divierte, su carcajada llena el escenario, se convulsiona, es feliz, casi. En su libro Decir casi lo mismo, que es sobre la traducción, cuenta un chiste que sólo pueden entender los que hablan español y los que hablan italiano; es el de un empresario extrañado de que uno de sus operarios se vaya cada día a la una en punto de la tarde para regresar, siempre, a las tres en punto, dos horas más tarde. El empresario dispone que otro de sus empleados le vigile y le informe. “Este hombre se va cada día a la una, se compra una botella de champán, se va a su casa y se entretiene con su mujer”. “Pero”, exclama el empresario, “¿y no podría entretenerse por la noche, como todo el mundo?”. Después de muchas idas y venidas, el investigador le explica a su jefe: “Quizá usted lo entienda si me deja tratarle de tú”.
Ha escrito El nombre de la rosa, que fue un éxito mundial absoluto; El péndulo de Foucault; abrió las puertas de la fama como ensayista con Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, pero sigue confiando en que la comunicación, de la que es un maestro, sólo se digiere si el que la emite es ameno, capaz de ponerse a la altura del que le oye. Por eso, tanto en la conversación como en los libros siempre pespuntea con chistes así sus reflexiones o sus apólogos. Cuando fuimos a comer, a un restaurante donde le tratan como si fuera el dueño de Milán, o del Milan, seguimos la conversación que habíamos tenido en su casa, y le sacamos el asunto de la juventud, qué le pasa a la juventud. Y él nos explicó: “La juventud es como ese anciano que va al urólogo porque se orina encima y el urólogo le receta una especie de tranquilizante. Al cabo de un mes vuelve el viejo a la consulta y le explica al médico que está curado. ‘¿Curado?’, pregunta el médico, ‘o sea, que ya no se orina encima’. ‘Sí, me sigo orinando encima, pero ahora me da completamente igual’. Y así es la juventud, lo está pasando igual de mal que siempre, no sabe adónde ir, pero ahora le da completamente igual”.
Hablamos de España, de sus amigos españoles (Beatriz de Moura, Esther Tusquets, su primera editora; Jorge Semprún, “lo quieren hacer doctor honoris causa en la Complutense, qué alegría”), del premio Príncipe de Asturias que recibió en 2000 y de la comida. Le pusieron una lubina, sin sal “no sabe a nada”, y los ojos se le iban hacia la focaccia, un manjar que terminó apartando. Sigue estudiando; cuando le dejamos se iba a su casa, acaso a ocuparse de Carlomagno (“Di Carlomagno, así creerán que escribo sobre él en mi próximo libro, y empezará el boca a boca”). Divertido siempre, y siempre casi feliz. En la casa, al volver, le esperaba su mujer, Renate, y las camelias que ésta cultiva con el mismo entusiasmo con que su marido explora los libros viejos de la calle de Rovelo, y con el esmero con el que Antonio impide que la barba de Eco deje de ser la que ya se asocia a la cara del professore.
Hay una escena en su vida, cuando toca la trompeta para los partisanos, tiene trece años, está en la plaza de Alessandria. Esa escena transmite felicidad, y usted siempre parece tan feliz. Ahí hay dos cosas: aquel niño y la felicidad. Son diferentes, no pueden coincidir. Yo no creo en la felicidad, si le digo la verdad. Creo solamente en la inquietud; o sea, nunca estoy feliz del todo, siempre necesito hacer otra cosa. Pero admito que en la vida hay felicidades que duran diez segundos, o incluso media hora, como cuando nació mi primer hijo; en ese instante estaba feliz. Pero son momentos brevísimos. Alguien que es feliz toda la vida es un cretino. Por eso prefiero, antes que ser feliz, ser inquieto.
Y ha mencionado al niño; ese niño es el que sale en El péndulo de Foucault, y aquél fue un momento feliz, por supuesto, pero no estoy seguro de haberlo sido de verdad en aquel momento o en el momento en que lo estaba contando. Hay momentos de felicidad cuando logras expresar algo de lo que te sientes contento, y además porque mientras contaba sobre aquel niño estaba feliz porque –sé muy bien que es una afirmación muy reaccionaria– creo que la vida sirve sólo para recordar la propia infancia.
Ahí está la literatura. Eso dicen. Cada momento en que consigo recordar bien un instante de mi infancia es un momento de felicidad, pero esto no quiere decir que los de mi infancia hayan sido momentos de felicidad. Yo creo que la infancia y la adolescencia son periodos muy tristes. Los niños son seres muy infelices. Quizá yo, mientras tocaba la trompeta, con miedo a que esa fuera la última vez que tocaba aquel instrumento, era un niño infeliz. Me siento feliz ahora recordándolo, y quizá sea éste el motivo por el cual escribo, para encontrar estos momentos muy breves de felicidad que consisten en recordar momentos de la propia infancia. Sí, por eso escribo.
Y para eso se envejece. Algo muy hermoso que ocurre al envejecer es que se recuerdan un montón de cosas de la infancia que estaban olvidadas. El otro día me ha venido a la mente el nombre de mi dentista, de cuando tenía ocho o nueve años. No sólo me acuerdo del dentista, sino también del técnico que le ayudaba, el doctor Correggia y el señor Romagnoli. No sé, pero estaba contentísimo de volver a pensar en mi dentista, al que había olvidado totalmente. Por tanto, yo voy al encuentro con el progreso de mi vejez con mucho optimismo, porque cuanto más envejezco, más recuerdos tengo de mi infancia.
Claro, y cada día más cerca de Alessandria, de aquella familia suya… Mi padre era el primero de 13 hermanos. Era una familia enorme; hubo un primo que murió a los 20 años y que yo no conocí… Haga el cálculo: si cada hermano tuvo dos hijos, eran 26 primos, de modo que era difícil tener relación con todos. Mi relación más estrecha fue con mi abuela materna, que fue la que me inició en la literatura. Era una mujer sin cultura alguna, creo que hizo cinco años de primaria, pero tenía pasión por la lectura. Estaba suscrita a una biblioteca, así que traía a casa un montón de libros; leía de manera desordenada. Un día podía leer a Balzac, y luego, una novelita de amor de cuatro perras, y le gustaban las dos. Y así hizo conmigo: me daba a leer, a los 12 años, una novela de Balzac y una novela de amor de ínfima calidad. Pero me transmitió el gusto por la lectura.
Y, aparte de la abuela, ¿quiénes fueron los otros maestros? El maestro de la escuela primaria aparece en mi novela La misteriosa llama de la reina Loana; era un fascista, que hizo la marcha sobre Roma, que pegaba a sus alumnos, no a mí, sino a los más pobres. Y aunque conmigo se portó siempre bien, no era una buena persona. En cambio, tuve una educadora fabulosa, aunque tan sólo durante un año; era la señorita Bellini, que todavía vive, tiene 91 años, y cada vez que sale un libro mío nuevo se lo envío. Era una gran educadora; nos estimulaba a escribir, a contar, a ser espontáneos, y ha sido una de las personas que más han influido en mi vida.
Pocas veces se habla de usted como profesor. ¿Qué aprendió para enseñar? Ante todo, sigo aprendiendo. El primer curso que di como profesor versó acerca de la poética de Joyce, que aparece en Obra abierta. Conocía el argumento, pero al empezar a dar clase me di cuenta de que no sabía nada sobre el tema. Aprendí, y sigo aprendiendo… Cuando escribes un libro puedes aparentar que sabes mucho, pero en clase es distinto. Lo que hice desde aquella primera experiencia es hablar a partir de los libros que iba a escribir, no de los libros que había escrito. Quiero decir que mi relación con los estudiantes siempre ha sido una relación de aprendizaje, porque enseñándoles aprendo yo también.
Una relación de ida y vuelta. Una relación erótica, porque la de un profesor con un estudiante es como la relación de un actor con su público: cuando sales a escena es como si salieras por primera vez, y tienes la sensación de que si no has conquistado al público en los primeros cinco minutos, lo has perdido. Eso es lo que yo llamo una relación erótica, en el sentido platónico del término. Además, hay una relación caníbal: tú comes sus carnes jóvenes y ellos comen tu experiencia. Hay gente infeliz que pasa los primeros años de su vida con gente más joven que ellos para poderlos dominar, y cuando envejecen están con gente más anciana que ellos. A mí me ha pasado lo contrario: cuando yo era joven estaba con gente mayor que yo para aprender, y ahora, teniendo estudiantes, estoy con jóvenes, que es una manera de mantenerse joven. Es una relación de canibalismo, nos comemos el uno al otro. Por eso no he dejado, a pesar de mi jubilación, de tener una relación universitaria.
¿Y usted a quién mordió? A la persona que dirigió mi tesis, Luigi Paris; a Norberto Bobbio… Tengo un buen recuerdo de mis maestros. Mi profesor de filosofía en el instituto era uno de estos profesores que podían interrumpir la clase para hacerte escuchar a Wagner, o si le preguntabas por Freud, dejaba de hablar de Platón y te hablaba de Freud. Era en verdad un gran maestro. Todo eso está en mis novelas, donde siempre hay una relación entre un joven y un maestro más anciano.
Tantos estudiantes… A lo mejor recordándolos halle usted una historia de la evolución de la juventud en este último medio siglo… No se puede dar una respuesta porque a lo largo de los años el diálogo con tus estudiantes cambia. La relación ideal entre maestro y alumnos es de 15 años de diferencia. Tú tienes 30 años, y el alumno, 20. Fue precisamente en ese periodo cuando he tenido una relación más intensa con mis alumnos. Porque si los estudiantes tienen menos años no hay relación, y si la diferencia es más grande ya no podemos ser amigos. Con los estudiantes de los años sesenta salíamos a cenar, a bailar; con los de ahora no se puede, les da vergüenza ir contigo. En el 68 fue interesante, ahí coincidías con estudiantes que tenían 15 años menos que tú; no podía ser como ellos, pero no me veían como su enemigo, por eso había una relación a veces polémica, a veces amistosa y continua.
Ahora vivimos un momento raro, usted dice que como el del final del Imperio Romano… En concreto, en Italia creen que en España estamos en el mejor de los mundos, y en España se habla de crisis… Estáis en un momento muy interesante en España, mejor que en Italia.
¿Y cómo está Italia? En uno de los peores momentos de su historia, con una clase política vieja que no se renueva. Hubo un extraño equilibrio que duró 50 años entre la Democracia Cristiana y los partidos de izquierda. Ahora se ha roto. El 50% de los italianos vota a Berlusconi, que es un índice de una profunda inmadurez política. Es un momento extremadamente triste, en el que los elementos de esperanza y de entusiasmo son muy pocos y donde emerge cada vez más la condena eterna de los italianos.
¿Cuál es esa condena? Una vez me encontraba en un taxi en Nueva York, y el conductor, que era paquistaní o indio, me preguntó de dónde era. Contesté que de Italia, y él quiso saber dónde se encontraba ese país. Me di cuenta de que tenía ideas muy vagas, como si le estuviera hablando de Surinam a un italiano, y él siguió preguntándome: “¿Qué idioma habláis?”. “El italiano”, dije, y él me preguntó: “¿Y cuál es vuestro enemigo?”. Le pregunté qué quería decir, y me contestó que cada país tiene un enemigo contra el que lucha desde hace siglos. Le contesté que no tenemos. Y me miró muy mal, porque un pueblo sin enemigo era poco viril. Pero luego reflexioné: nuestro enemigo es interno. A lo largo de toda nuestra historia nos hemos masacrado unos a otros, y ésa es también nuestra manera de entender la política. Nuestra fragmentación es en doscientos mil partidos diferentes, el Gobierno de Prodi cae por sus propios aliados, no por la oposición. Nunca como hoy ha caído tanto Italia en su enemistad interna.
¿Y de dónde viene esto? Italia se ha convertido en un Estado unitario hace 150 años, antes no lo era, y España lo fue por lo menos desde 1300, ¡desde el Cid Campeador!, y han sido unitarios Francia, Inglaterra. Italia era una pluralidad de tribus que hablaban un idioma diferente antes de que llegasen los romanos. Vosotros tenéis a los vascos y a los catalanes, y a los gallegos… pero nosotros éramos cuatrocientos, cada cinco kilómetros había una diferencia como la que existe entre Cataluña y Galicia. El Imperio Romano unificó, pero no lo suficiente. Además, si no hubiera existido la Iglesia, quizá las ciudades italianas habrían encontrado una forma de Estado unitario por la que regirse. El único Estado que ha quedado es la Iglesia, y lo demás es una fragmentación de ciudades que ha hecho que en Italia no exista el sentido del Estado. Por ello existe la corrupción, porque la gente no paga impuestos, porque no existe el sentido del Estado.
¿Y por qué gana Berlusconi? ¡Porque dice que no hay que pagar impuestos! Él fomenta la falta de sentido del Estado porque no lo tiene.
Usted habló de un taxista. Yo le nombro otro, el que me trajo del aeropuerto. Dijo: “¿Cómo se puede elegir de presidente a un hombre con tantos juicios pendientes?”. Da por efecto lo que es la causa. Berlusconi ha conseguido instaurar un tipo de poder fundado en la desconfianza en la magistratura y la justicia, por lo que puede gobernar, a pesar de tener juicios pendientes. Berlusconi no es el efecto en este caso, sino la causa. Ha hecho unas leyes precisamente para permitir a los que están enjuiciados llegar al Parlamento, y ataca continuamente a la magistratura. Berlusconi pudo llegar al Gobierno atacando a las fuerzas del orden, estimulando los instintos más bajos del italiano medio. Y ahora está cerca de tener el poder otra vez.
¿No hay solución para esta maldición italiana? ¡Que España haga una guerra de conquista! ¡Ja ja ja!
¿Ve a España como ejemplo? En este momento, España se encuentra en una situación económica de crecimiento, Zapatero es simpático, y, por tanto, me alegro de que haya ganado las elecciones. Está sin duda en una fase más dinámica con respecto a Italia. En los tiempos de Franco, ustedes venían aquí a contemplar el milagro económico de Italia, y ahora nosotros miramos a España con mucha admiración.
Así que el futuro italiano… Depende de que mueran unas decenas de personas que ya son muy mayores; es un hecho biológico. Y luego tendría que venir una nueva clase política. Somos el país con la clase política más anciana del mundo.
¿Y Veltroni? Sí, Veltroni es un joven. Tiene cincuenta años, pero los demás son muy viejos. Berlusconi tiene más de setenta años. En Italia, aunque alguien pierda las elecciones, vuelve a presentarse, es como si Al Gore volviera a ser candidato en Estados Unidos, o como si en Francia volviera a presentarse Jospin. En Italia, sin embargo, vuelve siempre el de antes. Éste es el síntoma de una clase política que no quiere renunciar al poder.
A lo mejor eso contribuye a que la gente dispare siempre contra la política, los jóvenes lo consideran algo ajeno. Los jóvenes de todas las épocas y países son los que se excitan con las grandes ideas de transformación; son revolucionarios, pero se quedan dentro del famoso esquema, “todos nacemos incendiarios y morimos bomberos”. Ahora, con la globalización y el fin de las ideologías, ya no se presentan tantas posibilidades de transformación, porque la transformación es planetaria, y hay que esperar las grandes tragedias ecológicas, la muerte de la Tierra. El gran error de las Brigadas Rojas en Italia fue tener una idea justa, aunque muchos pensaban que era delirante, que era atacar a las multinacionales del mundo, y otra idea equivocada, que había que hacer terrorismo para crear una revolución en Italia. Si existe el gobierno de las multinacionales, no lo arreglas haciendo la revolución en Italia. El proyecto terrorista estaba condenado al fracaso; ya entonces existía la globalización, aunque no tan intensa. Ya no hay posibilidad de transformación planificable, a no ser que ocurra como cuando la caída del Imperio Romano, con el nacimiento de las órdenes monásticas: te encerraban en el monte, en un convento, e intentabas salvar lo poco de la espiritualidad y el conocimiento mientras el mundo se desmoronaba. Hoy puede haber jóvenes que van al desierto a poner en práctica una vida ecológica. Eso es lo máximo que se puede hacer: no cambiar el mundo, sino retirarse del mundo; por eso existe el desinterés por la política.
En Italia acabó el terrorismo, y en Alemania, y en Irlanda. En España permanece. Y han surgido otros. ¿Cuál es su opinión sobre los terrorismos que han emergido en los noventa? El deseo de revolución, entre comillas, permanece siempre. Incluso allí donde no puedes hacerla, lo intentas… En países donde existen grupos étnicos hay el territorio suficiente para que se produzcan insurrecciones. En Italia, esos enfrentamientos se convierten en riñas futbolísticas. Y en otros territorios funciona la violencia, el fanatismo, la superstición; llevado eso al terreno de la política, pues ya se ve cómo acaba…
Estamos hablando el 11 de marzo de 2008, cuatro años después del atentado más grave de la historia de Europa, y fue en España. Al Qaeda fue la responsable. ¿Este terrorismo es la celebración del mal? Hay que diferenciar los terrorismos. El hecho de que utilicen métodos parecidos no los hace iguales. Los terrorismos internos no utilizan formas suicidas. Lo de Al Qaeda es un fenómeno bélico; es un grupo fundamentalista que se siente en guerra contra el mundo occidental y que, no pudiendo usar los instrumentos de la guerra tradicional –no habría ejércitos suficientes–, usa el terrorismo suicida. Esto no quiere decir que haya un enfrentamiento entre el mundo occidental y el mundo islámico, pero sin duda hay una parte del mundo islámico que se siente en situación de inferioridad y está en guerra.
El 11-S cambió el estado de ánimo del mundo, ahora somos menos felices… El 11-S ha creado un estado de miedo, pero tanto en España como en Italia ha habido atentados, han entrado y salido asesinos, hemos tenido guerras civiles, y sin embargo, Estados Unidos era la primera vez que sentía en sus carnes un ataque así. Los americanos no lo han digerido, y por esto han tenido reacciones irracionales, como la guerra en Irak, que ha creado más terrorismo que el que había. Es precisamente la reacción de alguien que no estaba acostumbrado a la guerra en el propio territorio.
¿Hay alguna salida a este malestar universal? Por el momento no. ¡Y si tuviera la receta, la vendería al presidente de Estados Unidos por unos miles de millones de dólares!
Por cierto, ¿quién será? Y yo qué se, los escritores no somos Nostradamus.
Lo que sí es cierto es que hace años usted dijo que iríamos rapidísimo, y ahora vamos a velocidades supersónicas… Y todo lo que ahora existe será obsoleto dentro de nada, hasta el mail será obsoleto porque todo se hará con el móvil. A lo mejor las nuevas generaciones se acostumbrarán a eso, pero hay una velocidad del proceso de tal calibre, que quizá la psicología humana no conseguirá adaptarse. Estamos a tal velocidad, que no hay ninguna bibliografía científica americana que cite libros de más de cinco años. El que está escrito antes ya no cuenta y ésta es una pérdida también de relación con el pasado.
La fe ciega en Internet crea monstruos, por otra parte. Sí, parece que todo es cierto, que tienes toda la información, pero no sabes cuál es buena y cuál equivocada. Esta velocidad provocará la pérdida de memoria. Y esto ocurre en las jóvenes generaciones, que ya no recuerdan ni quién era Franco ni quién era Mussolini, ¡o incluso Felipe González! La abundancia de información sobre el presente no te permite reflexionar sobre el pasado. Cuando yo era chico podían llegar a la librería tres libros por mes, hoy llegan mil. Y ya no sabes qué libro importante fue publicado hace seis meses. Eso también es una pérdida de la memoria. La abundancia de información sobre el presente es una pérdida y no una ganancia.
La memoria es el olvido, que diría Mario Benedetti. Es la historia de Funes, el memorioso, de Borges. El que tiene toda la memoria es un estúpido.
Tanta información hace que los periódicos parezcan irrelevantes. Ése es uno de nuestros problemas contemporáneos. La abundancia de información irrelevante y la dificultad de seleccionarla, y la pérdida de memoria del pasado, no digo ya la histórica. La memoria es nuestra identidad, nuestra alma. Si tú pierdes hoy la memoria, ya no hay alma, eres una bestia. Si sufres un golpe en la cabeza y pierdes la memoria, te conviertes en un vegetal. Si la memoria es el alma, disminuir mucho la memoria es disminuir mucho el alma.
¿Cuál sería hoy el papel de la información? Yo creo que perdemos mucho tiempo en plantearnos estas cuestiones mientras las generaciones más jóvenes sencillamente han dejado de leer los periódicos y se comunican a través de SMS. Yo no puedo desprenderme de los periódicos; para mí, la lectura de prensa es la oración de la mañana del hombre moderno; no puedo tomar café por la mañana si no tengo por lo menos dos periódicos para leer. Pero a lo mejor somos los restos de una civilización, porque los periódicos tienen muchas páginas, no mucha información. Sobre el mismo tema hay cuatro artículos que a lo mejor dicen lo mismo… Existe la abundancia de información, pero también la abundancia de la misma información. No sé si se acuerda de mi teoría del Fiji Journal. Yo estaba en las islas Fidji buscando información sobre los corales para mi libro La isla del día antes, y a mi hotel llegaba cada mañana el Fiji Journal, que tenía ocho páginas, seis de publicidad, una de noticias locales y otra de noticias internacionales. Aquel mes que estuve allí estaba a punto de estallar la primera guerra del Golfo, y en Italia había caído el primer Gobierno de Berlusconi. Me enteré de todo porque en una sola página de noticias internacionales, en tres o cuatro líneas, me daban las noticias más importantes.
Como Internet. Acudimos a Internet para conocer las noticias más importantes. La información de los periódicos será cada vez más irrelevante, más diversión que información. Ya no te dicen qué decidió el Gobierno francés, sino que te dan cuatro páginas de cotilleo sobre Carla Bruni y Sarkozy. Los periódicos se parecen cada vez más a las revistas que te daban en la peluquería o en la sala de espera del dentista.
Volvamos al principio, profesor. ¿Qué le hace a usted feliz? No sé, ya dije que no creo en eso, pero, en fin, me hace feliz encontrar un libro que buscaba hace mucho tiempo. Cuando lo compro y lo tengo, lo miro, soy feliz, pero allí se acaba la sensación. Mientras que la infelicidad es lo que me produce no tener este o aquel libro. La verdadera felicidad es la inquietud. Ir de caza, no matar al pájaro.
Es raro: un español y un italiano, y en hora y media de conversación, la palabra ‘Iglesia’ ha salido sólo tres veces. Se está produciendo un retroceso al siglo XIX, cuando había un enfrentamiento entre el Estado liberal y la Iglesia. ¿De quién es la responsabilidad? No es una casualidad que este enfrentamiento se haya hecho más duro con la llegada de Ratzinger; por tanto, a lo mejor se debe a la política clerical del nuevo pontífice. Su lucha contra la cultura moderna, el llamado relativismo, ha vuelto a los grandes temas de la Iglesia del siglo XIX, que hablaba contra la revolución y contra la ciencia moderna. Emergen ahora muchas posiciones anticlericales y mucha gente se declara atea. Ya nadie pensaba en eso. Ha subido al trono un Papa que piensa como un Papa del siglo XIX.
Usted ha escrito que Napoleón sólo vivió la Revolución Francesa… y yo he vivido la II Guerra Mundial, la caída del fascismo, la guerra partisana, la bomba de Hiroshima, la caída de la URSS, y la Guerra Civil española. Hay una maldición china que dice: “Espero que vivas en una época interesante”. Hay jóvenes generaciones que han vivido sólo épocas tranquilas, como la de la guerra fría. Ah, por cierto, eso que dije de Napoleón está equivocado, porque no sólo vivió la Revolución Francesa, sino también la historia de Napoleón. ¡Ja ja ja!
sábado, 29 de marzo de 2008
Semana
Los libros muertos
Luisgé Martín
EL RINCÓN
Cómo y dónde atrapar lo inasible
El musicólogo Joaquín Díaz lleva cuatro décadas recopilando ecos y vestigios de la cultura oralFietta Jarque
Diálogo
Risa y milagros
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
Crítica
Eduardo Mendoza - El asombroso viaje de Pomponio FlatoBuenas noticias de Galilea
JUSTO NAVARRO
CRÓNICAS DE AMÉRICA LATINA
Cuando periodismo y literatura se alían
Edmundo Paz Soldán
SILLÓN DE OREJAS
Una reina que lee y otros peligros
Manuel Rodríguez Rivero
Narrativa
IDA Y VUELTA
Relato de una persecución
Antonio Muñoz Molina
EL LIBRO DE LA SEMANA
David Trueba - Saber perderEl engranaje de la vida
J. Ernesto Ayala-Dip
· Sin lastre visual
Escaparate
Nuria Amat - Deja que la vida llueva sobre míEscritora a secas
JUAN GOYTISOLO
LIBROS Entrevista
El gran provocador
JOSÉ ANDRÉS ROJO
Christopher Hitchens - Dios no es bueno: alegato contra la religiónEfectos sin causas
ANDRÉS ORTEGA
LECTURAS COMPARTIDAS
De chinos, chilenos y marcianos
Rosa Montero
DE VIAJE
Extranjero de sí mismo
La memoria de Albert Camus se ha ido borrando lentamente de los lugares argelinos en los que transcurre su obra cumbre. Pero la fuerza de sus libros permaneceJavier Reverte
Arte
Exposiciones
Accionismo vienés: Brus, Muehl, Nitsch, SchwarzkoglerEl otro rostro de Viena
JUAN BOSCO DÍAZ URMENETA
EXTRAVÍOSContacto
Francisco Calvo Serraller
DANZA
La reencarnación de la primavera
Madrid en Danza y el festival Mudanzas, de Cartagena, ofrecen estrenos y nuevas versiones de clásicos del balletOMAR KHAN
El terreno del derviche
Dani Pannullo une en Desordances 3 música y danza sufíes con la expresión urbana breakROGER SALAS
El compás contemporáneo
De cabeza, de Teresa Nieto, muestra el potente lenguaje híbrido de la danza y el flamencoNURIA BARRIOS
MÚSICA Entrevista
Jaume Sisa"Lo galáctico es una manera de ordenar la realidad"
LUIS HIDALGO
OIGO LO QUE VEOLa solfa mezquina
LUIS SUÑÉN
PURO TEATRO
Al fin una comedia: 'Germanes', de Carol López
Marcos Ordóñez
DIOSES Y MONSTRUOS
Si no fuera por ti, HBO
El más inteligente y adictivo cine norteamericano que se está haciendo hoy tiene formato de series de televisiónCarlos Boyero
EXTRA Festival de Cine de Málaga
Creadores sin fronteras
El festival de Málaga premia al director Juan Carlos Fresnadillo y al productor Enrique López Lavigne por 28 semanas despuésELSA FERNÁNDEZ-SANTOS
Vida de una cómica
LUZ SÁNCHEZ-MELLADOConcha Velasco ha actuado en más de 70 películas, ha interpretado y producido una veintena de funciones teatrales y participado en otros tantos programas de televisión desde su debú en el cine en 1954.
A la búsqueda del talento
El director de casting Luis San Narciso, que recibe el Premio Ricardo Franco, se ha hecho imprescindible en el cine españolROCÍO GARCÍA
Los libros muertos
Luisgé Martín
EL RINCÓN
Cómo y dónde atrapar lo inasible
El musicólogo Joaquín Díaz lleva cuatro décadas recopilando ecos y vestigios de la cultura oralFietta Jarque
Diálogo
Risa y milagros
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
Crítica
Eduardo Mendoza - El asombroso viaje de Pomponio FlatoBuenas noticias de Galilea
JUSTO NAVARRO
CRÓNICAS DE AMÉRICA LATINA
Cuando periodismo y literatura se alían
Edmundo Paz Soldán
SILLÓN DE OREJAS
Una reina que lee y otros peligros
Manuel Rodríguez Rivero
Narrativa
IDA Y VUELTA
Relato de una persecución
Antonio Muñoz Molina
EL LIBRO DE LA SEMANA
David Trueba - Saber perderEl engranaje de la vida
J. Ernesto Ayala-Dip
· Sin lastre visual
Escaparate
Nuria Amat - Deja que la vida llueva sobre míEscritora a secas
JUAN GOYTISOLO
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LIBROS POR METRO CUADRADO
mANUEL rODRIGUEZ rIVERO
Tamaños
A finales del último milenio Areté, un sello en el que mandaba mucho mi admirada Carmen Balcells, comenzó a publicar novelas de tamaño chocante. Los más de 25 centímetros de alto por 16 de ancho de las novelas aretianas suponían más de 100 centímetros cuadrados "extra" por ejemplar en el codiciado y exiguo espacio de las mesas de novedades. Los volúmenes crecieron para ocupar más sitio y desplazar a otros en lo que resultó un astuto empujoncito mercadotécnico al darwinismo librero que ya de por sí impone el mercado de la ficción. Y, de paso, la hipertrofia servía para justificar el aumento de los precios. El nuevo tamaño fue imitado por muchos editores con el entusiasmo mimético típico de este sector. De repente, las estanterías de los hogares lectores quedaron obsoletas: los libros no cabían verticales y tenían que colocarse apilados en posición horizontal, como si estuvieran practicando un extraño kamasutra librero. Desde entonces Manuel de Lope, Rushdie y Yoko Ogawa, por ejemplo, permanecen en mi atiborrada biblioteca acostados una encima de otros en un anaquel especial, y no en su correspondiente lugar alfabético o lingüístico, donde ya no caben de pie. En fin, la moda sigue todavía (véanse los libros que edita 451), pero con menos virulencia. Y, ahora, nuevo movimiento pendular también miméticamente universalizado: se llevan los libros de no ficción (aunque no sólo) de tamaño ínfimo, contenidos breves (artículos, conferencias, extractos, cartas: a menudo, sobras completas) y precios desproporcionados. No he contado menos de una cuarentena de sellos que los publican. En general se venden como "destilaciones" o "quintaesencias" del pensamiento de sus autores, pero vayan con ojo. Destaco algunos interesantes que he leído últimamente: el Elogio de Sócrates, de Hadot (colección El Arco de Ulises, de Paidós), Culturas líquidas en tierra baldía, de Bartra (Dixit, de Katz), o Un pistoletazo en medio de un concierto; acerca de escribir de política en una novela, de Gopegui (Foro Complutense). Ya le tengo apalabrada una nueva estantería ad hoc a un carpintero de Lilliput que me han recomendado.
mANUEL rODRIGUEZ rIVERO
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A finales del último milenio Areté, un sello en el que mandaba mucho mi admirada Carmen Balcells, comenzó a publicar novelas de tamaño chocante. Los más de 25 centímetros de alto por 16 de ancho de las novelas aretianas suponían más de 100 centímetros cuadrados "extra" por ejemplar en el codiciado y exiguo espacio de las mesas de novedades. Los volúmenes crecieron para ocupar más sitio y desplazar a otros en lo que resultó un astuto empujoncito mercadotécnico al darwinismo librero que ya de por sí impone el mercado de la ficción. Y, de paso, la hipertrofia servía para justificar el aumento de los precios. El nuevo tamaño fue imitado por muchos editores con el entusiasmo mimético típico de este sector. De repente, las estanterías de los hogares lectores quedaron obsoletas: los libros no cabían verticales y tenían que colocarse apilados en posición horizontal, como si estuvieran practicando un extraño kamasutra librero. Desde entonces Manuel de Lope, Rushdie y Yoko Ogawa, por ejemplo, permanecen en mi atiborrada biblioteca acostados una encima de otros en un anaquel especial, y no en su correspondiente lugar alfabético o lingüístico, donde ya no caben de pie. En fin, la moda sigue todavía (véanse los libros que edita 451), pero con menos virulencia. Y, ahora, nuevo movimiento pendular también miméticamente universalizado: se llevan los libros de no ficción (aunque no sólo) de tamaño ínfimo, contenidos breves (artículos, conferencias, extractos, cartas: a menudo, sobras completas) y precios desproporcionados. No he contado menos de una cuarentena de sellos que los publican. En general se venden como "destilaciones" o "quintaesencias" del pensamiento de sus autores, pero vayan con ojo. Destaco algunos interesantes que he leído últimamente: el Elogio de Sócrates, de Hadot (colección El Arco de Ulises, de Paidós), Culturas líquidas en tierra baldía, de Bartra (Dixit, de Katz), o Un pistoletazo en medio de un concierto; acerca de escribir de política en una novela, de Gopegui (Foro Complutense). Ya le tengo apalabrada una nueva estantería ad hoc a un carpintero de Lilliput que me han recomendado.
domingo, 16 de marzo de 2008
Nos visitamos en la red

Webs que marcan la ruta de la creación y la divulgación artística
JOSEP M. SARRIEGUI 15/03/2008
JOSEP M. SARRIEGUI 15/03/2008
La red está cambiando las reglas del juego, gracias sobre todo al fácil acceso a herramientas que potencian la creatividad y su rápida divulgación. La creación ha entrado en un nuevo paradigma, se hace más visible que nunca y se eleva en el contacto con otros.
La noticia en otros webs
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Te recomienda libros, peliculas y musica
Hermeneia es una antología de literatura digital puesta en marcha por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Poesía dinámica, narración hipertextual, literatura generada por ordenador, narrativa multimedia, escritura no lineal... Todos los géneros (nuevos, potenciados o reinventados por internet) están en esta recopilación, ordenada por autores.
http://eliterature.org/
Electronic Literature Organization (ELO) es una de las referencias mundiales en la divulgación y potenciación de estas nuevas formas de creación. Aunque la página de inicio de su sitio web está en inglés, su sección Directory (directorio) cuenta con versión en castellano. En ella se muestra una amplísima colección de obras realizadas mediante escritura hipertextual, colaborativa e hipermedia.
www.badosa.com/
Un clásico de la divulgación literaria por internet y la ciberliteratura, presente en la red desde 1995. Su archivo y sus obras abiertas (works in progress) son ya parte de la historia de la nueva creatividad digital.
www.yoescribo.com/
Yo Escribo, otro pionero de la narración electrónica que no ha parado de crecer y de influir. Cuenta con más de 6.600 autores en castellano (más otros 600 en su sección en catalán) y unas 25.000 piezas literarias en su archivo.
http://nickm.com/if/
Una amplísima colección de escritos, mayoritariamente en inglés, sobre el cibertexto y la nueva ficción interactiva. Para quienes busquen ampliar conocimientos.
www.elboomeran.com/
El Boomeran(g) es un contenedor de blogs de diversos y reconocidos escritores en español, entre ellos Rafael Argullol, Félix de Azúa, Jorge Volpi, Vicente Verdú y Clara Sánchez. Lo edita La Oficina del Autor, del Grupo PRISA.
www.lulu.com/es/
Espacios como Lulu.com permiten a cualquiera colgar su libro y venderlo, como objeto físico, con el diseño elegido por el autor al precio que éste indique.
www.literativa.com
Red social para quienes quieran mostrar su trabajo literario y dejar que otros continúen sus historias. Bifurcaciones narrativas.
www.saatchi-gallery.co.uk/yourgallery/
The Saatchi Gallery es uno de los ejemplos exitosos en la creación de un espacio de divulgación digital para artistas plásticos, y para rastrear nuevos talentos.
www.notodofilmfest.com/
Notodofilmfest.com se ha consolidado como uno de los eventos anuales imprescindibles para creadores cinematográficos en formato digital. Su Sala de Proyecciones reúne los más de 500 cortos a concurso en su última edición, la sexta.
www.cacocu.es/visor_netart.php?id=248
Identidade(s), un proyecto de poesía electrónica -visual, musical y escrita- realizado por alumnos de la Universidad de Granada. Un ejemplo reciente de la fusión de las diversas artes auspiciada por los medios digitales. -
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