domingo, 6 de abril de 2008

La biblioteca de la memoria
Firmas Por José Luis García Martín.



Alguna vez he pensado en publicar una serie de antologías personales compuestas únicamente con los poemas que unos cuantos lectores habituales de poesía se saben de memoria.
La mía comenzaría con los romances viejos: el del prisionero, en primer lugar, luego el del conde Arnaldos, para terminar con el de la loba parda: «Estando yo en la mi choza, / pintando la mi cayada?». Del Siglo de Oro, un puñado de sonetos, algunos bien conocidos y otros tan raros como el de Luis Martín de la Plaza: «Nereidas que con manos de esmeraldas?». También «La vida retirada», de Fray Luis, la «Llama de amor viva», de San Juan, el madrigal de Gutiérrez Cetina, alguna cancioncilla renacentista: «Mas vale trocar / placer por dolores / que estar sin amores?». Y fragmentos teatrales, como el inevitable monólogo de La vida es sueño o el comienzo de El caballero de Olmedo.
Del XVIII, solo un puñado de fábulas: «Cerca de unos prados / que hay en mi lugar». Del XIX, la «Canción del pirata», «Oriental», de Zorrilla, y alguna humorada de Campoamor: «Todo en amor es triste, / mas triste y todo es lo mejor que existe».
Del modernismo, muchas cosas, casi todas de Rubén, como su soneto a Cervantes: «Horas de pesadumbre y de tristeza / paso en mi soledad?». Manuel Machado ocupa un buen lugar, pero no tanto como su hermano Antonio.
Muchos de los poemas que recuerdo son sonetos. Incluso me sé de memoria uno de Aleixandre, que tan pocos escribió: «Pensamiento apagado, alma sombría?».
No rimados, un poema de Li Po, traducido por Marcela de Juan, otro de Pessoa («Para ser grande, sé entero?») y unos cuantos haikus: «Los barcos en el agua / dejan solo una estela. / Nosotros ¿qué dejamos?».
Creo que de los poemas que leí de niño -entonces tenía tan poca poesía a mi alcance que cada poema era un tesoro-, no he olvidado ninguno, ni siquiera los versos de Pemán («Bendito seas, Señor, / por tu infinita bondad?») o los del folletinista Pérez Escrich que los acompañaban en la enciclopedia Álvarez: «¡Patria adorada! Yo no te olvido, / y hoy que el invierno mi frente inclina / recuerdo siempre donde he nacido / como recuerda la golondrina / su amargo nido».
Me gusta, en las noches de insomnio, o en la monotonía de un largo viaje, recorrer la biblioteca de la memoria, la única que nunca podremos perder sin perdernos también a nosotros mismos.

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